domingo, 20 de noviembre de 2011

La violencia estudiantil en las instituciones educativas

Alcances
Charo Dávalos R.

     En los últimos años el fenómeno de la violencia escolar se ha registrado en diversos países, diversas culturas y diversas sociedades. Actualmente nadie desconoce la existencia de la violencia en los centros educativos, ni de su directa relación con los procesos de enseñanza aprendizaje y el desarrollo cognitivo de los estudiantes. Diversos han sido los estudios con el fin de develar los verdaderos alcances del fenómeno de la violencia escolar  y diversos los teóricos del mundo que han dedicado sus estudios a la caracterización, tipología, causas y consecuencias de la violencia escolar.
          En ese contexto, las autoridades educativas en los últimos años se han visto mermadas y rebasadas por el creciente auge de la violencia estudiantil, y sus recursos no dan más. Como sostiene la Investigación de Nancy Barrientos[1] sobre las “Diversas formas de evidenciar violencia estudiantil”, desde la década de los ochentas hasta hoy, en muchos países de Europa y América han sido notorios numerosos eventos violentos que ocurren dentro o en los alrededores de instituciones educativas, protagonizadas por estudiantes, donde inclusive se han presentado manifestaciones de violencia extrema; aunque en la mayoría de los casos las múltiples caras de las acciones de agresividad estudiantil no han alcanzado cifras extremas de muertes, éstas no se presentan excluidas, lo cual por su intensidad las ha convertido en tema de honda preocupación para los actores educativos.
          Las escuelas secundarias públicas de Latinoamérica han sido seriamente afectadas por el fenómeno del vandalismo, agresión grupal, disrupción en el aula, intimidación, entre otros eventos estudiantiles, resultando constante perdida de bienes educativos, suspensión de clases que afecta el rendimiento estudiantil, daños físicos a actores escolares, y en fin, pérdida de la inversión del Estado.
          Y es que el consumismo desenfrenado amoral y condicionado por excelentes medios de penetración psicológica como los videos, computadoras, TV, publicidad invasiva, etc., viene trastocando la ubicación existencial de quien sin criterio recibe estos mensajes persistentemente. La sociedad empuja al joven a conseguir cosas materiales como dinero, autos, fama y poder de atracción (sexual o no) a como dé lugar, creando en el adolescente un deseo insatisfecho que se permite liberar y expresar de cualquier forma al sentir la frustración de colmar una necesidad creada artificialmente.
    Este clima de inseguridad económica, social, institucional y de crisis de valores con desactualización educativa cada vez más acusada en nuestra juventud, junto a una cultura que inculca el narcisismo e individualismo egoísta, trae como consecuencia lo que los sociólogos llaman anomia; es decir, un estado de incertidumbre o incredulidad en cuanto a la utilidad de seguir o acatar las normas y autoridades vigentes por razón de incertidumbre o incredulidad.
        Si observamos la procedencia y los perfiles familiares de estos jóvenes, vemos muchas coincidencias: bajos ingresos, desintegración de hogares, violencia entre padres en presencia de los hijos, dobles mensajes, promiscuidad e irresponsabilidad materna y/o paterna, abandono afectivo, consumo de alcohol y drogas, baja escolaridad de los padres y abuso infantil en diversas modalidades. Es la familia donde se dan los aprendizajes de modelos de conductas de socialización y se establecen las pautas psicológicas y morales del futuro adulto, por lo que es allí donde se debería emprender las medidas de terapia social para conjurar este grave asunto.
      Bajo estas perspectivas se ha construido el discurso de la violencia escolar en el Perú buscando analizar, abordar y prevenir a través de diversos programas de intervención pedagógica la aparición del acto violento como elemento “solucionador” de conflictos o como modo naturalizado de relación entre los individuos.
       Esta problemática no es ajena a muchas instituciones educativas sobre todo estatales. Muchos docentes advierten que este problema tiene larga data, y que a su vez resulta muy difícil de manejar por las autoridades y actores de la comunidad educativa, debido a que la violencia estudiantil está presente en todo momento, donde ya sea por el más mínimo motivo, no importándoles a los estudiantes las consecuencias que dichos comportamientos acarrean, denotan conductas de agresividad tanto con sus docentes de la I.E., como también hacia sus propios compañeros.
          La situación tiende a ser difícilmente manejable, ya que muchos de estos alumnos son indiferentes al cumplimiento de las normas de convivencia y disciplina. Para un amplio grupo, una llamada de atención por parte de los auxiliares o profesores, un citatorio a sus padres o apoderados, suspensión por día o lo peor de todo que es la expulsión, ya no son medidas a las cuales parece importar.
          Paralelamente, el manejo que hacen las autoridades de las instituciones educativas hacia este tipo de comportamientos estudiantiles, muchas veces no es el más adecuado, ya que se opta por la sanción en lugar de la implementación de programas correctivos integrales que contribuyan a edificar el autoestima de estos alumnos, y ayude a enfrentar la problemática personal que generalmente se desconoce. Y es que la creación de un determinado ambiente educativo depende en gran medida  de la agrupación de factores intervinientes, siendo de notoria significancia el constituido por las relaciones interpersonales, puesto que si estas son negativas, el ambiente escolar será hostil, donde los actores quienes allí conviven, reflejarán sus tensiones, configurando un estado de desmotivación el cual puede terminar en actuaciones agresivas, al constatar la no cristalización de sus metas.
          Lo expuesto nos lleva a pensar que como docentes, hay mucho que cambiar, empezando por nuestra propia capacitación para el manejo de grupos y conflictos. Empezando también por poner mayor atención a las horas de tutoria que suelen ser empleadas para que los docentes avancen sus clases, o bien para perder el tiempo. Empezando por una mejor calidad de las escuelas de padres, las mismas que no solo deberían ceñirse a impartir charlas desarticuladas, sino al logro de un efectivo involucramiento de los padres de familia en el proceso de enseñanza aprendizaje de sus hijos. Hay mucho por hacer, ¿que aporte sugiere usted como docente?


[1]           BARRIENTOS, Nancy J. “Diversas formas de evidenciar violencia estudiantil”. Universidad Rafel Belloso Chacín. Maracaibo- Venezuela. 2007. Pág. 2.